En frente mi asiento se había sentado un hombre bien entrado en años, como se suele decir eufemísticamente. Este hombre hablaba de historias, cuentos de su vida reflejados en sus expresiones. Cuando su boca reflejaba una risa, su cara hablaba de tristeza, cuando su cara recordaba momentos felices su sonrisa se mostraba melancólica. Es lo que ocurre cuando llevas en tu rostro tu vida tatuada por cordilleras de emociones, es lo que pasa cuando has aprendido a llorar y amar pero nunca has sabido como controlar eso. ¿Cúanto aprendí de aquel hombre? no lo sé aún en realidad, te lo diré cuando sea como él, viejo como el mar, pero siga siendo un niño, expuesto a la marea de las horas en la playa del olvido, jugando a soñar tras recuerdos fracasados y jugando a volverlos a vivir en realidad, uno por uno, arruga tras arruga.
Aquí en la acampada de Málaga han aparecido cómo de la nada las "viejas glorias" y se los ve bajo los toldos, organizados, atendiendo a labores de mantenimento, repartiendo pegatinas, moviendose más que nadie, como si hubieran estado años guardando la llama, a la espera de estos tiempos.
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