“La libertad, señores (habla Mairena a sus alumnos), es un problema metafísico. Hay, además, el liberalismo, una invención de los ingleses, gran pueblo de marinos, boxeadores e ironistas”.

Juan de Mairena, Antonio Machado

miércoles, 27 de agosto de 2014

Monólogo del sueño

Aún dormido pero con los ojos abiertos y la mirada perdida en el horizonte miro a través de la ventana del tren. Sueño con voces lejanas y puertas abiertas. Mientras el tren atrapa el paisaje, y lo engulle, yo pienso en un momento estático, un momento congelado. Mi conciencia mira atrás en un vuelo de recuerdos, no podía dormir.
Me levanté hacia las 3 y media de la madrugada, caminé por los pasillos del tren deambulando con una música en mi cabeza que me mantenía cuerdo. Saqué mi lápiz del bolsillo de mi abrigo y me puse a escribir, pero de pronto sentí la necesidad de caminar. No había ni un alma despierta pero yo sólo escuchaba ruido, ruido y música. Trompetas, guitarras y pianos se agolpaban en mi conciencia repleta de recuerdos y memoria. Me levanté a las 3 y media, o quizás esa era la hora que quería recordar porque de repente entonces vi pasar tras las ventanas una estación llena de letreros. Alguno de ellos me volvieron a recordar aquellos momentos congelados en la memoria, pero ninguno de aquellos mensajes fueron tan reales como los que me hicieron despertar del sueño, simplemente me sirvieron para recordar que la soledad es algo pasajero y que en el camino siempre vuelves a caer en la misma piedra, llena de asperezas, y llena de esperanzas. Y tras la poca lucidez que me quedaba en ese momento, solo pude atisbar dos pensamientos; el primero, que la razón no me había servido de nada en toda mi vida. El segundo, que por más que nos empeñemos mirada tras mirada, o sueño tras sueño, y detrás de nuestra conciencia más profunda, el ser humano siempre buscará la libertad de uno mismo.
Abofeteado en ese instante por aquellos pensamientos seguí mi camino ignorando los letreros y los mensajes e intenté permanecer inerte ante las advertencias de lucidez, evitando cualquier “diálogo visceral” para que el pálpito hiciera oido sordo a la razón.

  • Será ese el camino, dijo el pálpito.
  • ¿Y qué me importa?, dijo la razón. Debes de tener tu libertad, despierta.

viernes, 8 de agosto de 2014

Pristi Stanice (Ida y vuelta II)

De vuelta hacía el tren, iba sentado en un lateral del vagón del metro de aquella ciudad a la que había llegado días atrás. Vi un cartel luminoso en aquel idioma que anunciaba la próxima parada. Recordaba algunos momentos de los que pasamos juntos, pasajeros, dos desconocidos reencontrados. Cerré los ojos y allí estábamos, de pie, en la parte de atrás del tranvía que recorría la ciudad, éramos como aquellos niños que viajan por primera vez solos, expectantes, despreocupados, porque en realidad no sabíamos a dónde nos llevaba ese trayecto, tampoco nos importaba. Los puentes y las calles se sucedían como las venas de un cuerpo ya envejecido, pero con la misma vida de siempre; la memoria estaba en el suelo, en las paredes y en las miradas. De vez en cuando la música se entrelazaba entre el murmullo de la gente que permanecía atenta al devenir de la ciudad, en movimiento, recordada, amada. Al tiempo que transcurría nuestro paseo por la ciudad, la ciudad se movía alrededor nuestro como un carrusel, y nosotros lo contemplamos todo. El tiempo fue lo de menos, descubrí el reflejo del vacío por llenar. La había conocido poco tiempo atrás en nuestro tren, pero estaba dispuesto a llenar mi tiempo con ella. Andábamos, corríamos, parábamos y seguíamos adelante, sin esperar nada a cambio el uno del otro. Perdernos, encontrarnos, nos daba igual. Éramos ricos en nuestra forma de ser, porque no necesitábamos nada más que nuevas calles por recorrer.
Se me olvidó el significado de la palabra soledad. Una palabra buscada en ciertas ocasiones y que ahora se me hacía desconocida, muda, incomprendida. Tras sus palabras, tras sus reflexiones, descifrando las capas de memoria y recuerdos de la ciudad, de nuestras vidas, encontré algo más que un amor. Ella no era una respuesta, ni un consuelo, ni el premio de una búsqueda fútil. Más bien era un referente en el camino, cómo aquello que en la naturaleza te muestra el norte o el sur, una compañera de viaje que siempre te acompaña en una noche oscura.
Eran tiempos de cambio, nosotros vivíamos en un tren en movimiento, cambiando de estación, visitando nuevas paradas, y paradójicamente en aquel instante disfrutamos de un presente inerte, una memoria arraigada, implantada detrás de los siglos de historia. Pero la tomamos y le dimos la vuelta, pintamos las paredes con nuevas ideas, pensamientos y sueños propios, nuevos, nuestros.
Era la hora de volver, respirábamos el aliento de la despedida, pero como estamos de ida, igual estamos de vuelta, así que al final todo empieza otra vez, con ella en otra o en la misma ciudad, será la próxima parada, pristi stanice.