Los días pasaban por la ventana como un sueño sin rumbo, en
un segundo todo puede acabar y sin querer me comía los paisajes como un
vagabundo con hambre, sediento de tus besos y tus ojos reflejados. Era de día y
de noche a la vez, y las miradas no existían y el aroma de tu piel era ya algo
mal recordado.
Pasaban las estaciones del viaje como algo inesperado e
incontrolable, sin poder detener el tiempo cuando nos besamos. Hoy me desperté
sonámbulo y al mirar otra vez por la ventana del tren, solamente pensaba en la
otra noche, parados en el aquel andén, deseándote como el niño que era, como el
juguete que recibiera en mi cumpleaños, antaño en la infancia, invadido por la
nostalgia y el deseo. Y sin poder jurar o prometer con los labios cegados en un
beso, nos dijimos adiós. Pensando en tus pasos cercanos volviendo hacia a mí
otra vez.
Allí en la noche no existía ni el hambre ni la sed, ni
tampoco agua o amor que la saciara. Juntos por un momento, la distancia era
algo impensable para nosotros. Y ahora que tantos kilómetros nos separan, sólo
te veo tras la ventana, y en la oscuridad del paisaje eres como una luciérnaga
que ilumina aquel recuerdo, con una tenue luz que indica el final del túnel, y al final del viaje siempre estás tú, tras
los cristales rotos y los sueños sin techo. Eso espero al mirar otra vez por la
ventana.
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