“La libertad, señores (habla Mairena a sus alumnos), es un problema metafísico. Hay, además, el liberalismo, una invención de los ingleses, gran pueblo de marinos, boxeadores e ironistas”.

Juan de Mairena, Antonio Machado

jueves, 4 de diciembre de 2014

Fuego y agua

El tren me llevaba a una nueva estación, una estación mal recordada pero que ahora pretendía hacerla mía. Llevaba días pensando en aquello, bajar de aquel tren por un tiempo no calculado. Las sombras se perpetraban en un horizonte que dejaba atrás, agonizando el viento que empujaba aquellas oscuras sombras, yo y el tren salimos del túnel que había enfrascado las ideas y los deseos, que antes de eso se habían agolpado en mí como cuando una muchedumbre cae con inercia hambrienta ante la puerta de los grandes almacenes en pos de la ceguera y la inmundicia. Habiendo dejado eso atrás, llegué a aquella estación. Era la hora y tantos minutos en que el tiempo se paró.
 Cuando bajé al andén y me encontré con el destino, no pude dejar de sonreír en dos siglos, o al menos eso me pareció en el tiempo que compartimos. Años y minutos de ojos enraizados, unidos el uno al otro como las raíces de un árbol que se agarran al suelo. Entre las piernas y los abrazos no había espacio para nada más, el aire se había consumido, y el hombre agua y la mujer fuego se dibujaron en un cuadro de tantos matices que aquella obra nunca pudo interpretada.

Volví al tren, y ya no había nubes negras ni cuervos blancos, sino el horizonte reflejado en el espejo de la memoria que recuerda aquellos momentos. En las próximas estaciones surcaré despacio las orillas de la memoria, siguiendo el mar que nos espera, violento y calmado, que sin miedo azota la tierra. Y montaremos juntos en él, en el océano de palabras y caricias que alguna vez nos guardamos, y que ahora se destapa como el volcán que derrama el fuego en el agua, creando una nueva tierra, y en ella estarán todas las estaciones que nos quedan por recorrer, esta vez juntos. 

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