“La libertad, señores (habla Mairena a sus alumnos), es un problema metafísico. Hay, además, el liberalismo, una invención de los ingleses, gran pueblo de marinos, boxeadores e ironistas”.

Juan de Mairena, Antonio Machado

viernes, 8 de agosto de 2014

Pristi Stanice (Ida y vuelta II)

De vuelta hacía el tren, iba sentado en un lateral del vagón del metro de aquella ciudad a la que había llegado días atrás. Vi un cartel luminoso en aquel idioma que anunciaba la próxima parada. Recordaba algunos momentos de los que pasamos juntos, pasajeros, dos desconocidos reencontrados. Cerré los ojos y allí estábamos, de pie, en la parte de atrás del tranvía que recorría la ciudad, éramos como aquellos niños que viajan por primera vez solos, expectantes, despreocupados, porque en realidad no sabíamos a dónde nos llevaba ese trayecto, tampoco nos importaba. Los puentes y las calles se sucedían como las venas de un cuerpo ya envejecido, pero con la misma vida de siempre; la memoria estaba en el suelo, en las paredes y en las miradas. De vez en cuando la música se entrelazaba entre el murmullo de la gente que permanecía atenta al devenir de la ciudad, en movimiento, recordada, amada. Al tiempo que transcurría nuestro paseo por la ciudad, la ciudad se movía alrededor nuestro como un carrusel, y nosotros lo contemplamos todo. El tiempo fue lo de menos, descubrí el reflejo del vacío por llenar. La había conocido poco tiempo atrás en nuestro tren, pero estaba dispuesto a llenar mi tiempo con ella. Andábamos, corríamos, parábamos y seguíamos adelante, sin esperar nada a cambio el uno del otro. Perdernos, encontrarnos, nos daba igual. Éramos ricos en nuestra forma de ser, porque no necesitábamos nada más que nuevas calles por recorrer.
Se me olvidó el significado de la palabra soledad. Una palabra buscada en ciertas ocasiones y que ahora se me hacía desconocida, muda, incomprendida. Tras sus palabras, tras sus reflexiones, descifrando las capas de memoria y recuerdos de la ciudad, de nuestras vidas, encontré algo más que un amor. Ella no era una respuesta, ni un consuelo, ni el premio de una búsqueda fútil. Más bien era un referente en el camino, cómo aquello que en la naturaleza te muestra el norte o el sur, una compañera de viaje que siempre te acompaña en una noche oscura.
Eran tiempos de cambio, nosotros vivíamos en un tren en movimiento, cambiando de estación, visitando nuevas paradas, y paradójicamente en aquel instante disfrutamos de un presente inerte, una memoria arraigada, implantada detrás de los siglos de historia. Pero la tomamos y le dimos la vuelta, pintamos las paredes con nuevas ideas, pensamientos y sueños propios, nuevos, nuestros.
Era la hora de volver, respirábamos el aliento de la despedida, pero como estamos de ida, igual estamos de vuelta, así que al final todo empieza otra vez, con ella en otra o en la misma ciudad, será la próxima parada, pristi stanice.



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