De
vuelta hacía el tren, iba sentado en un lateral del vagón del metro
de aquella ciudad a la que había llegado días atrás. Vi un cartel
luminoso en aquel idioma que anunciaba la próxima parada. Recordaba
algunos momentos de los que pasamos juntos, pasajeros, dos
desconocidos reencontrados. Cerré los ojos y allí estábamos, de
pie, en la parte de atrás del tranvía que recorría la ciudad,
éramos como aquellos niños que viajan por primera vez solos,
expectantes, despreocupados, porque en realidad no sabíamos a dónde
nos llevaba ese trayecto, tampoco nos importaba. Los puentes y las
calles se sucedían como las venas de un cuerpo ya envejecido, pero
con la misma vida de siempre; la memoria estaba en el suelo, en las
paredes y en las miradas. De vez en cuando la música se entrelazaba
entre el murmullo de la gente que permanecía atenta al devenir de la
ciudad, en movimiento, recordada, amada. Al tiempo que transcurría
nuestro paseo por la ciudad, la ciudad se movía alrededor nuestro
como un carrusel, y nosotros lo contemplamos todo. El tiempo fue lo
de menos, descubrí el reflejo del vacío por llenar. La había
conocido poco tiempo atrás en nuestro tren, pero estaba dispuesto a
llenar mi tiempo con ella. Andábamos, corríamos, parábamos y
seguíamos adelante, sin esperar nada a cambio el uno del otro.
Perdernos, encontrarnos, nos daba igual. Éramos ricos en nuestra
forma de ser, porque no necesitábamos nada más que nuevas calles
por recorrer.
Se
me olvidó el significado de la palabra soledad. Una palabra buscada
en ciertas ocasiones y que ahora se me hacía desconocida, muda,
incomprendida. Tras sus palabras, tras sus reflexiones, descifrando
las capas de memoria y recuerdos de la ciudad, de nuestras vidas,
encontré algo más que un amor. Ella no era una respuesta, ni un
consuelo, ni el premio de una búsqueda fútil. Más bien era un
referente en el camino, cómo aquello que en la naturaleza te
muestra el norte o el sur, una compañera de viaje que siempre te
acompaña en una noche oscura.
Eran
tiempos de cambio, nosotros vivíamos en un tren en movimiento,
cambiando de estación, visitando nuevas paradas, y paradójicamente
en aquel instante disfrutamos de un presente inerte, una memoria
arraigada, implantada detrás de los siglos de historia. Pero la
tomamos y le dimos la vuelta, pintamos las paredes con nuevas ideas,
pensamientos y sueños propios, nuevos, nuestros.
Era
la hora de volver, respirábamos el aliento de la despedida, pero
como estamos de ida, igual estamos de vuelta, así que al final todo
empieza otra vez, con ella en otra o en la misma ciudad, será la
próxima parada, pristi stanice.
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