El
tren se detuvo largo tiempo, los relojes se pararon hasta el momento en que las
aves emprendieron el vuelo hacia el sur. Entonces, un destello tras la
ventanilla del compartimento donde viajaba me hizo despertar de mi largo sueño.
Por encima de las gentes brillaban las risas y los llantos, llegaban nítidos
los susurros de imaginación, que como notas musicales me perseguían en una
noche de insomnio.
Entonces
los vi; cuerpos de adultos que se movían por impulsos olvidados. Algunos subían
al tren, otros esperaban. Aquella espera era la codicia de muchos que habían
renunciado a sus sueños. Cuerpos trajeados bailoteaban un valse enfangado por
la avaricia y las convenciones sociales. Entonces el pasajero que se sentaba al
frente mío, al levantar su diario me mostró involuntariamente la noticia de un
niño desaparecido. El periódico mostraba una cara inerte, de un niño de unos 6
años de edad, su mirada mostraba el reflejo de la tristeza. ¿Era la mejor
fotografía del infante que sus progenitores podrían anunciar en la prensa?
Aquello
me revolvió de mi asiento, de un salto me levanté y salí al pasillo del tren a
caminar. Allí, tras las ventanas seguía la muchedumbre en marcha fúnebre, o al
menos, eso a mí me pareció en aquel instante. Lo más lúgubre de aquello era
pensar que aquellas figuras que ahora se expresaban como maniquíes que
intentaban vender cualquier cosa, antes habían sido niños. ¿Acaso alguno
volvería a soñar con ver crecer la hierba en los campos baldíos de su infancia?,
¿Recordarán con amargura el dolor de la enemistad recién fundada? ¿Se
estremecerían como con el roce del primer amor? ¿Volverían a bailar en la
oscuridad de la noche, confundidos en sueños de esperanza? ¿Acaso correrían
descalzos tras el `pájaro de la ignorancia, sin reglas, sin convicciones
infundadas por banales deseos de enmascarar la tristeza, el llanto o la risa?
Estaban
perdidos, como aquel niño del periódico, muchos habían olvidado como volver a
ser felices, la mayoría no sabía cómo regresar. En algún momento de mi viaje,
yo me sentí igual, pero al menos, cuando no me queda otra cosa, intento tener
los sueños de un niño.
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